Carnaval toda la vida…

El último fin de semana volvió a conmemorarse una de las mayores fiestas populares que tiene Buenos Aires. Si bien quedan enmarcadas en la polémica con los vecinos que viven en las zonas de los corsos, las murgas son una tradición de largas décadas en Villa Devoto y Villa del Parque, y este año, volvieron a salir a las calles.

Conservar las costumbres es todo un desafío para las sociedades de hoy, que las ponen todo el tiempo en cuestionamiento o las dejan de lado. Sin embargo, hay una que logra mantenerse en el territorio porteño: la celebración del Carnaval, como hemos visto el último fin de semana largo. Los fines de semana de febrero las calles de la Ciudad de Buenos Aires, y la esquina de Beiró frente a la Plaza Ricchieri en particular, se copan de banderines, bombos, platillos y espuma, para formar parte de una de las actividades culturales más masivas que ofrece la capital del país.

El festejo del Carnaval tiene décadas en Buenos Aires, y también su resistencia. Las quejas de vecinos/as que residen en la zona donde se hacen los corsos y no pueden descansar hasta entrada la noche por el ruido se replican en las esquinas pero no son una novedad de ahora. Lo novedoso sí pasa, sin embargo, por el avance tecnológico y la cuestión organizacional que el Corso porteño tiene hoy en día, y lo diferencia fuertemente con lo que pasaba tiempo atrás.

El Carnaval de antes

Un artículo de la investigadora del Conicet Erica Cubilla, pone en relieve casi cien años de antigüedad del corso devotense, al retomar artículos de la década de 1930. El texto universitario da cuenta de aquella Villa Devoto que contaba con siete cines, con su desarrollada prensa barrial, en tiempos coincidentes con la decisión de la Municipalidad de Buenos Aires de descentralizar los corsos a los respectivos barrios, replicando lo que pasaba con las fiestas cívicas.

“En la década de 1930, el gobierno municipal avanzó en la reglamentación de estas festividades populares. Implementó como medida obligatoria que una comisión vecinal compuesta por asociaciones y habitantes de los barrios interesados en celebrar corsos solicitaran a través de un petitorio la autorización de la Municipalidad para llevarlo a cabo”, rememora el artículo de Cubilla. Dentro de los autorizados para 1935 se hallaba el de Villa Devoto. Pero con una locación particular: los alrededores de la Plaza Arenales, con un recorrido de las comparsas que abarcaba el perímetro:  Nueva York (de Esperanza a Mercedes); Av. Fernández de Enciso (de Nueva York a Asunción), Mercedes (de Nueva York a Pareja) y Bahía Blanca (de Nueva York a Pareja).

Comprar la entrada a los palcos del corso era algo elevado, según los registros de la época: andaba por los $20 y $25, cuando la entrada del cine valía menos de $1 (con la salvedad de que un palco podía albergar a una familia entera). A pesar de ello, era una actividad popular: las familias festejaban con humor y realizaban juegos con serpentina, papel picado y flores naturales.

Otro punto clave lo cumplían los clubes de barrio. “Carnaval significaba decir corso vecinal pero también bailes. Los clubes aprovechaban para recaudar fondos realizando diversas actividades, se efectuaban también festejos en algunos cines e inclusive en casas particulares”, indica el mencionado texto de la investigadora Conicet.

“Existía una fiesta oficial, organizada por las instituciones vecinales y vecinos destacados que incluían disfraces, desfiles y presentación de palcos, carruajes y agrupaciones artísticas en la plaza y coexistía con otras tantas celebraciones en diferentes instituciones como clubes y sociedades de fomento, entre ellos, el Club Devoto, el Olimpia Lawn Tennis Club, el Cine Hollywood y en residencias particulares”, relata asimismo la investigación. A estas instituciones se sumaban otras de la zona: la sede de Racing en Villa del Parque o Comunicaciones, en Agronomía.

Las regulaciones de la Dictadura surgida en los años 30 y los posteriores gobiernos conservadores, hicieron mella negativamente en el espíritu de convocatoria del Carnaval devotense. Así, el artículo de Cubilla retoma una nota del periódico “Noticias Devotenses” que le pregunta a los lectores en una encuesta: “¿Deben realizarse nuevos corsos de carnaval en Devoto?”. “Su desaprobación se fundaba en varios motivos. Argumentaban que los corsos habían perdido su atracción, pues no suscitaban el entusiasmo de los habitantes del lugar.

También señalaban que se trataba de un esfuerzo desmesurado pues no se contaba con la colaboración de la Municipalidad. El Dr. Francisco Guma (Presidente de la comisión vecinal de 1935) afirmaba: “Devoto ha modificado indudablemente su estructura social. Las principales familias se retraen de estos actos populares, buscando ambientes más propicios a sus nuevas costumbres. De ahí su ausencia reiterada en los últimos años”, según el material de la investigadora.

El hoy

Las murgas de hoy en día, que salen en el corso de Beiró entre Desaguadero y Quevedo, ven notorias diferencias entre el Carnaval que vivieron al comienzo o escucharon de las generaciones antiguas y el de hoy en día. Y hacen foco en dos puntos: el avance tecnológico y la cuestión organizacional. Para ver diferencias, incluso, no hay que irse tan lejos en el tiempo.

“Con el Carnaval que se hacía antes en Beiró y Lope de Vega, hace unos 15 años, no tiene nada que ver.  Lo de hoy está totalmente transformado y mejorado en todos los aspectos: tecnológico, el armado logístico, o la seguridad. Contamos con sonido de alto nivel, escenarios, seguridad propia, Policía y personal tercerizado, realmente mejoró un montón”, indica Sebastián Fossaceca, de “Los Amos de Devoto”.

Otro punto es el del status de las murgas: hoy son asociaciones civiles y hasta se conforman asociaciones, formando un sostén importante desde el plano legal. Igualmente en cuanto a su vestuario. “En la época de mi abuelo se vestían con la ropa que tenían en la casa, se ponían traje, galera. Hoy los trajes tienen armonía, la murga se sectoriza por desfiles. Y se agregaron instrumentos de viento, o de cuerda, sumando desde la puesta en escena”, destaca Sebastián.

 

Por Mateo Lazcano

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