Buenos Aires, eclecticismo al palo, como en ninguna otra parte del mundo

Patrimonio

Entrevista a Fabio Grementieri, arquitecto experto en patrimonio, profesor de grado y posgrado en la Universidad Di Tella, vocal de la Comisión Nacional de Monumentos (2016/22), autor de libros y asesor de organismos públicos y sector privado. Su visión abre el pensamiento acerca de la preservación patrimonial en nuestra ciudad.


–En la fisonomía de su arquitectura, Buenos Aires parece que hubiera nacido y muerto muchas veces…

–Eso la hace tan interesante. Me gusta, como en la geología, estudiar los estratos, muchas veces resultado de cataclismos. En patrimonio urbano hay que conservar testimonio de todas esas capas. Doy importancia al sistema de piezas o sitios monumentales que se puedan conservar.

¿Qué capas geológicas podríamos ver en Buenos Aires?

–De lo colonial queda muy poco. La Catedral y la Manzana de las Luces, comparadas con las de Córdoba, son bastante más pobres. El Cabildo y la Casa de Tucumán son restauraciones heterodoxas de Mario Buschiazzo, fundador de la preservación. Reconstrucciones a la manera francesa. Son íconos, santuarios de la nacionalidad que hay que respetar. Pero Buenos Aires formó su imagen con la capitalización de 1880. No solo se arrasó con los godos, lo colonial, por cuestiones ideológicas, sino porque esa arquitectura estaba obsoleta.

–Era muy malsano ese Buenos Aires…

–La crisis de la fiebre amarilla en 1871 hizo que la dirigencia contratara compañías inglesas, que habían saneado Londres, para hacer obras sanitarias: provisión de agua y desagües, sobre todo el casco céntrico, lo más habitado en ese momento.

–A partir de esas reformas, hay quien aún dice que “Buenos Aires es igualita a Paris”.

–Es un cliché, más una aspiración. En Argentina, en la primera globalización a fines del XIX y principios del XX, entraba de todo indiscriminadamente. Desde la dirigencia, algunos miraban a París, otros a Londres, a Berlín o a Roma. No había pensamiento único. Se combinaba sin prejuicio. Se contrataban arquitectos franceses, compañías alemanas, y trabajaban todos juntos, con constructores italianos. Eso no pasó en ninguna ciudad del mundo; ni siquiera en Estados Unidos donde la tiranía de la tecnología solo usaba estructuras metálicas forradas. Acá también se usaban, pero con hormigón, ladrillos y pegadas con alambre. Eso es lo genial, lo muy creativo de esa época y de ese patrimonio.

–Eclecticismo…

–Eclecticismo al palo, como en ninguna otra parte del mundo, uno de los valores que nos destacan como ciudad y como sociedad. El tango y Borges, dicen, también son una manifestación de ese fenómeno.

–Se perdieron muchas obras…

–Yo no lloro por lo que se demolió. Hay blogs sobre el Pabellón Argentino, esa nostalgia no va. Se han perdido muchos edificios, pero también hay muchos en pie mal reciclados. Sí lamento el silo Bunge y Born en Puerto Madero, el más importante del mundo, que alabaron Gropius y Le Corbusier. Todo el proyecto ignoró la variable patrimonial. Pasó también con el Mercado de Abasto: esa catedral se subdividió en niveles con locales comerciales. O las Galerías Pacífico, que no terminan de ser una restauración del siglo XIX, ni la de los 40…

–Es difícil hacer un buen reciclaje…

–Hay que ser muy creativo. Hay que tomar lo preexistente y establecer diálogos que pueden ser enérgicos y hasta contradictorios, y otros, armoniosos. Hoy ya no se habla de reciclaje. A cualquier cosa le dicen “puesta en valor”. Y no hay que tenerle miedo al “fachadismo” en una ciudad heterogénea como esta, conservar fachadas de edificios y estructuras que se completan con obras nuevas. Hay algunos proyectos muy buenos e inteligentes.

–También hay cambios en las décadas siguientes…

–La estética edilicia comienza a fines del XIX hasta la década del 20 del siglo pasado. Luego es reemplazada por el urbanismo moderno en los años 30. Buenos Aires se transforma a partir de variables estéticas, tecnológicas, legales, normativas. La ley de propiedad horizontal de 1948 significó que un edificio fuera de propietarios en consorcios, acabándose el mantenimiento. La Comisión Nacional de Monumentos se crea en 1940, y se dedicó solo hasta los 60 a obras del periodo colonial e independencia y testimonios de pueblos originarios. El Teatro Colón recién fue monumento en 1989. En estos últimos años se consagraron obras del brutalismo, como la Biblioteca Nacional, construcciones que a las organizaciones patrimonialistas les parecen abominables, pero que son piezas estupendas, valoradas internacionalmente.

–Este crecimiento donde una torre está al lado de una casa vieja, ¿se ha dado en otras partes del mundo?

–Somos pioneros en eso. Se dio por la consagración del individualismo y la propiedad privada con la Constitución de 1853. Había un libre albedrío que permitía cualquier estilo. Sí hubo un factor de homogeneización con las fachadas en símil piedra. Albañiles italianos pasaban del estuco con yeso a los exteriores con cemento. También las baldosas de las veredas y los adoquinados. Los paisajistas y la gestión municipal plantaban árboles a mansalva en calles, avenidas y paseos. Más allá de esa heterogeneidad estilística y volumétrica, todo daba una armonía que se perdió a partir de la década del 60. Hoy tenemos la tercera parte de árboles de entonces.

–¿Ahora hacia dónde vamos? Se pregona oficialmente “La transformación no para”, mientras las organizaciones denuncian constantes pérdidas de patrimonio…

–Habría que pensar desde lo macro: ¿qué hacemos con las ciudades? ¿Vamos para arriba o nos extendemos? ¿Invadimos los humedales? ¿Avanzamos sobre el delta? ¿O densificamos las ciudades? Trabajo en Córdoba hace años. Se extiende la mancha urbana y va hacia las sierras y el bosque nativo. Resultado: quema de bosques, aluviones, deforestación y urbanización salvaje. El municipio está decidiendo densificar. Si densificamos tenemos que poner cosas arriba de otras. Lo más difícil es la valoración del patrimonio: qué hay que salvar, qué podemos reciclar y qué demoler.

–Por último, ¿Existen identidades barriales ligadas al patrimonio en Buenos Aires?

–Creo que tienen más relación con el patrimonio cotidiano, intangible, más que con el monumental. Los barrios crecieron como extensión de la cuadrícula por los desarrolladores que loteaban y de los inmigrantes que construían. Hacían esas casas de dos o tres piezas, un jardín y una linda fachada. Y los almacenes de esquina, que sobreviven algunos. Es muy bueno que haya grupos en los barrios que traten de preservar edificios, que les den un nuevo uso y actividades, gente joven que se involucre. Pero hay cosas que son un poco irreversibles. A mí me gusta una definición de la preservación que me dijo el director del Programa de Conservación de la Universidad de Pennsylvania: “La preservación es cambio controlado”. Creo que va por ahí.

Por Pablo Sáez

Cooperativa EBC para La Rayuela

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