Héctor Stamponi: expresión musical del pensamiento poético

El 24 de diciembre se cumplió el centenario del nacimiento, en la ciudad bonaerense de Campana, de Héctor Stamponi, “Chupita”, uno de los últimos grandes músicos y compositores de tango.

Admirador de Cobián, al igual que éste brindó sus más significativos aportes al tango desde el teclado y la composición; Julio De Caro lo definió como eximio músico, pianista y compositor. No obstante, no alcanzó la proyección que merecía.

No lo ayudó su carácter modesto y reservado, ajeno a las argucias de la farándula, ni mucho menos el hecho de no  ostentar “los oropeles de haber tenido una orquesta de larga permanencia en la cartelera”, como señala acertadamente José María Otero. Acaso, porque el piano le bastaba para canalizar ideas y sentimientos, desde los más vivos hasta los más recónditos, y dar curso a su inspiración eminentemente lírica.

Como ejecutante de ese instrumento poseía una técnica soberbia y una expresividad inagotable, sostenida por una caudalosa energía: sobre esa base elaboró un estilo interpretativo elegante y nítido, enriquecido con matices preciosistas. Así puede apreciarse en un disco en el que interpreta sus propias creaciones que, cuesta creerlo, recién pudo grabar en 1994.

De todos modos, supo constituir y dirigir distintas formaciones, lamentablemente ocasionales y por tanto efímeras, pues se trataba por lo general de acompañar actuaciones o grabaciones de cantores como Charlo, Alberto Marino y Hugo del Carril, entre otros; en ese contexto, sobresalió la orquesta que armó para el disco que Edmundo Rivero consagró a Discepolo.

En cuanto a su obra, De Caro mencionó sus “caracteres precisos y constructivos” y la calificó como “de primera magnitud”.

Al respecto, creemos que no se ha destacado lo suficiente su notable labor compositiva de piezas cantables, donde no buscó traducir en música la idea del poeta sino compenetrarse con ella y prolongarla en nobles melodías y originales juegos armónicos que envuelven el canto, siempre dentro de las sólidas  formas tangueras.

Se tiene por su primer título cantable al tango Inquietud, que compuso junto con su amigo, el violinista Enrique Mario Francini, y lleva letra de Oscar Rubens, de quien años después logró plasmar en música el choque de pasiones encontradas descripto en Triste comedia.

Con Francini también recreó la sensibilidad de José María Contursi en el tango Junto a tu corazón y en el vals Bajo un cielo de estrellas.

A semejanza de Troilo y a diferencia de otros músicos como  Mores, por ejemplo, acompañó con su firma las mejores creaciones de los respectivos autores, como los tangos, inexplicablemente poco difundidos, Perdóname y Amor en remolino, de Cátulo Castillo, y el punzante Aquí nomás, donde el poeta vuelve a poner de manifiesto sus dotes proféticas para anticipar una de las muestras de desamparo de nuestra juventud (“La noche está borracha de aguarrás  / y bailan como atados de un piolín”). No olvidamos, claro está, el célebre El último café.

También pueden mencionarse en ese sentido varias piezas de Homero Expósito, como los valses Flor de lino y Pedacito de cielo (este último en colaboración con Francini, con quien también compuso la música de la milonga Azabache); y, entre los tangos, el refinado Quedémonos aquí y el notable y muy poco conocido En la huella del adiós.

Es necesario remarcar asimismo su amplio registro creativo que le permitió, sin abandonar su estilo, manifestar musicalmente distintas formas de expresión poética, desde la desgarrada confesión de Tita Merello en Llamarada pasional hasta el sarcasmo de María Elena Walsh en Magoya, pasando por la tierna efusión de sentimientos de Héctor Marcó en La intriga, la endecha amorosa de Carlos Bahr en Caricias perdidas yla romántica elegía de Eugenio Majul en Alguien. 

Además, estampó su firma junto a la de Florencio Escardó al pie de En qué esquina te encuentro, Buenos Aires, uno de los pocos títulos perdurables de 14 para el tango.

Los manes del tango quisieron favorecerlo haciendo que su nombre estuviera unido a los de los máximos exponentes de la canción y de la poesía porteñas. Así, en 1963 fue convocado por Solly Wolodarsky para componer la música de su documental Carlos Gardel, historia de un ídolo, en el que Tito Lusiardo y Julio Jorge Nelson recitan, respectivamente, La fundación mítica de Buenos Aires, de Borges, y Muerte y entierro de Gardel, de Raúl González Tuñón quien, inexplicablemente, no figura en los créditos.

En sus últimos años alcanzó algo del reconocimiento que merecía: en 1993 fue consagrado ciudadano ilustre de Buenos Aires y en 1996, de Campana.

Murió en Buenos Aires el 3 de diciembre de 1997.

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