Centro Cultural Resurgimiento

1 diego2Maravillosa parábola sobre la servidumbre

Presentación de  la obra Discurso de la servidumbre voluntaria o Los vicios del poder, elaborada por Pablo Alarcón sobre un texto del autor francés Étienne de La Boétie, con el nombrado actor como protagonista y director y la participación de Álvaro Ruiz y Luciana Toffanin.

Las señales que preanuncian el término de los regímenes autoritarios son claramente perceptibles. Más allá de las turbulencias que agitan a los círculos cercanos a quien ejerce el poder, con los consiguientes acuerdos que se caen, convicciones que oscilan y lealtades que se tambalean, y los rumores que pululan acerca de todo eso, no están más tranquilas las cosas entre lo que se ha dado en llamar la gente de a pie.

En la población, el amor con que se mira al que goza de poder, como dice el tango, es desplazado por la observación con ojo crítico, y el consenso con que lo avaló –y sin el cual ese poder no habría podido construirse ni afianzarse- pasa a ser indiferencia primero y protesta y reclamo después. En cuanto a las expresiones artísticas, son más apreciadas y mejor recibidas aquellas que llaman a la reflexión y propician el debate y el intercambio de ideas.

Así se explica que, independientemente de sus indudables valores artísticos, la obra haya sido seguida con tanta atención por el numeroso y heterogéneo público que asistió a su representación en Resurgimiento, y el prolongado aplauso con que se la premió.

Se ha dicho que el Discurso, compuesto a mediados del siglo XVI por un La Boétie casi adolescente, surgió de la fuerte impresión que le produjo la feroz represión ordenada por el rey Francisco I de Francia –cuya vida licenciosa describió Víctor Hugo en El rey se divierte, que a su vez inspiró a Verdi el Rigoletto–  contra los campesinos que participaron en la revuelta de la gabela en Burdeos, ciudad natal del autor.

“Es realmente sorprendente –y, sin embargo, tan corriente que deberíamos más bien deplorarlo que sorprendernos– ver cómo millones y millones de hombres son miserablemente sometidos y son uncidos, la cabeza gacha, a un deplorable yugo, no porque se vean obligados por una fuerza mayor, sino, por el contrario, porque están fascinados y, por decirlo así, embrujados por el nombre de uno, al que no deberían ni temer (puesto que está solo), ni apreciar (puesto que se muestra para con ellos inhumano y salvaje)”.

Esto expresa una de los primeros párrafos del texto, que impresiona por su vigencia, y en cuya interpretación Alarcón puso más que su reconocida solvencia actoral; en sus palabras y gestos tradujo el agobio del hombre desasosegado por la triste decadencia de su país, el envilecimiento de sus instituciones y las renovadas frustraciones de su pueblo. Pero su acento se hizo severo para condenar a los corruptos, y vehemente en su exhortación a despertar.

Cabe destacar por otra parte las ajustadas intervenciones de los jóvenes Taffonin y Ruiz, quienes enriquecieron el espectáculo matizando la gravedad del Discurso con sus respectivos aportes desde la percusión y la actuación.

Para la apertura y cierre de la obra se eligieron escenas de El gran dictador. Las primeras fueron muy festejadas por el público; al final se exhibió el discurso que en la última escena del film pronuncia Chaplin, cuya traducción leyó Alarcón. En medio de la Segunda Guerra, esas palabras constituyeron un vibrante alegato a favor de la libertad, la igualdad y la democracia.

“No es un espectáculo cómodo para nadie”, nos dijo después su protagonista, quien contó que dio con el texto de La Boétie por casualidad. “Pasé por una librería y lo encontré; fui a casa, lo leí y pensé que se podía reflexionar y hacer un ejercicio sobre él”, refirió.

Y efectivamente lo logró: pudimos observar que, mientras algunos espectadores se retiraban en silencio, otros lo hacían comentando y discutiendo las incidencias de la obra, y hubo quienes lamentaron que no se hubiera realizado un debate posterior.

Vale la pena transcribir otro fragmento:

“Hay tres clases de tiranos: unos poseen el Reino gracias a una elección popular, otros a la fuerza de las armas y los demás al derecho de sucesión. (…) Aquel que detenta el poder gracias al voto popular debería ser, a mi entender, más soportable y lo sería, creo, de no ser porque, a partir del momento en que asume el poder, situándose por encima de todos los demás, halagado por lo que se da en llamar grandeza, toma la firme resolución de no abandonarlo jamás. Acostumbra a considerar el poder que le ha sido confiado por el pueblo como un bien que debe transmitir a sus hijos. Ahora bien, a partir del momento en que él y sus hijos conciben esa idea funesta, es extraño comprobar cómo superan en vicios y crueldades a los demás tiranos. No ven mejor manera de consolidar su nueva tiranía sino incrementando la servidumbre y haciendo desaparecer las ideas de libertad con tal violencia que, por más que el recuerdo sea reciente, pronto se desvanece por completo en la memoria”.

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *